Es más que probable que todo el mundo sepa ya que una aragonesa octogenaria —a juzgar por lo leído, ésa debe de ser su característica más identificativa—, sin los conocimientos necesarios para tales artes y oficios, se ha metido motu proprio a “restaurar” un fresco espantoso que, calificado por la prensa como Ecce Homo, decoraba uno de los muros de la iglesia de su pueblo. Dejando a un lado las dudas iconográficas que la representación original podría plantear a cualquier persona de bien, lo cierto es que el trabajo de la buena señora ha conseguido dejar la pintura en un estado que se ajusta mucho más a la denominación que le han dado los medios.
En primer lugar, y dado que estaba seguro de que en algún momento tendría que ocurrir algo parecido, me alivia sobremanera que la obra víctima de semejante atropello haya sido una mera estampita mural sin más valor que los milagros que haya podido conceder a sus fieles. Esperemos que esto sirva para que no se repita nada parecido sobre una creación inimitable de las innumerables que adornan, sin protección alguna y prácticamente sin catalogación, los rincones más ocultos de nuestro país.
Desgraciadamente y sin saber muy bien cómo, hemos llegado a un punto en el que cualquiera en esta tierra se siente capaz de cualquier cosa. Existe una categoría de ciudadanos, posiblemente mayoritaria, a los que les basta haber acudido a cualquier cursillo de dibujo en un centro cívico para considerarse pintores, o haber visto sus pinitos pseudoartísiticos aplaudidos por sus personas queridas —tan iletradas o más que ellos— para arrogarse el derecho a cubrirse con las túnicas de los grandes genios. El choque con la realidad, como hemos visto, resulta duro.
Pero igual preocupación me merece la reacción social desproporcionada ante una noticia que, en realidad, jamás hubiese debido salir de las tabernas de Borja —sede del templo agredido—. En menos de veinticuatro horas desde que “El País” dio a conocer el hecho, la burda maquinaria humorística española se ha puesto en marcha con su habitual energía, generando todo tipo de chistes fáciles y ocurrencias cansinas sobre algo que no tiene ni maldita la gracia. De repente, todo un país se ha lanzado a reírse de lo mal que pinta una señora, tal y como aprendimos a hacer en el cole con nuestros compañeros más torpes. La han señalado con el dedo y se han carcajeado, y así seguirán un tiempo, hasta que se les aparezca otro mono de feria que les haga reconducir su frustrada crueldad hacia diferentes objetivos. Parece que nadie se ha parado a pensar cómo se puede sentir esa pobre mujer bienintencionada a la que algo o alguien le hizo creer que entre Rafael y ella no existían tantas diferencias como hubiese podido imaginarse, ¡y eso que si sabemos algo de ella, es que tiene más de ochenta años! No parece descabellado imaginar que un disgusto como éste puede acabar con la salud de una persona de semejante edad, por muy aragonesa que sea.
Me llama la atención también que la noticia se haya extendido de un modo tan general en tan poco tiempo, cuando, a juzgar por la pasividad con la que la población está reaccionando ante los atropellos injustificados que sus derechos y libertades consolidados están sufriendo desde hace meses por parte de los poderes públicos, cualquiera diría que nadie en España se entera de nada de lo que ocurre en su país. (De hecho, hoy se ha sabido que el Gobierno central prepara una reforma más que reaccionaria de la Ley de Arrendamientos Urbanos que, de momento, no ha merecido la más mínima contestación ciudadana.)
Todo esto podría servirnos a los hispanopesimistas para acrecentar nuestro dolor; pero lo cierto es que el eco de las hazañas borjianas ha llegado a la vecina Francia, y la respuesta informativa ha sido idéntica a la española, con la peculiaridad gala de que medios escritos como “Liberation” —fundado por Sartre, entre otros— pretenden dárselas de entendidísimos en arte resaltando que el Cristo destrozado fue obra de Elías García Martínez —para nosotros, “un tal” Elías García Martínez—, equiparándole con sus palabras poco menos que a Goya.
Si algo bueno tiene todo esto, es que otorga argumentos tangibles a los que defienden la existencia de una única gran nación latina desde el Algarve hasta Valonia, pasando por Italia y quizá incluso Valaquia —una idea que nunca me ha disgustado del todo por lo que tiene de integrador—, y también, desde una perspectiva más limitada, que la localidad de Borja se convertirá con toda seguridad en la meca del turismo gilipollas durante una buena temporada, lo que probablemente les deje algunos euros inesperados en la caja.
El Guryoblog
jueves, 23 de agosto de 2012
viernes, 3 de agosto de 2012
Apagar un ordenador
Apagué el ordenador. Sólo entonces me di cuenta del ruido constante al que había estado sometido.
Fui capaz de percibir los neumáticos de un coche rozando el asfalto en una lejanía indeterminada. Un vecino acababa de salir de su casa; creo que el del tercero derecha. Mi padre se levantó de su sillón porque había llegado la hora exacta a la que merendaba todos los días. Caminó por el pasillo y entró en la cocina, con pasos contados, como siempre hacía. Era un hombre extremadamente sistemático, y eso me solía sacar de quicio. Sin embargo, aquel día no me molestó.
¿No es curioso que me incomoden mucho menos sus paseos de muerto que los que se daba antes de morir?
Fui capaz de percibir los neumáticos de un coche rozando el asfalto en una lejanía indeterminada. Un vecino acababa de salir de su casa; creo que el del tercero derecha. Mi padre se levantó de su sillón porque había llegado la hora exacta a la que merendaba todos los días. Caminó por el pasillo y entró en la cocina, con pasos contados, como siempre hacía. Era un hombre extremadamente sistemático, y eso me solía sacar de quicio. Sin embargo, aquel día no me molestó.
¿No es curioso que me incomoden mucho menos sus paseos de muerto que los que se daba antes de morir?
viernes, 13 de julio de 2012
Los inconvenientes de la telepatía intergaláctica
En una ocasión, cuando estaba a punto de dormirme, una sensual voz femenina comenzó a sonar dentro de mi cabeza por sorpresa:
—Nacho —decía—, me llamo Seire. Me estoy comunicando telepáticamente contigo desde un planeta de lo que vosotros llamáis Andrómeda. Escucha, tienes que hacer algo importante, ¿comprendes? Así que préstame atención, por favor. Esta vez va en serio: puede que el futuro del Universo, tal y como lo conocemos, dependa de ti. No es broma. Por favor, te lo ruego: permanece concentrado en mis palabras o la comunicación se romperá, y te aseguro que no podemos permitírnoslo.
—Escucho tus instrucciones, oh poderosa y sensual marcianita —le contesté susurrando atropelladamente, tal y como entendí de pequeño que había que dirigirse al ángel de la guarda, y con el mismo sentimiento de lealtad del que Lanzarote hubiese podido caer esclavo ante Lady Ginebra, pero siendo consciente de estar asumiendo una empresa infinitamente más grave y heroica que todas las hazañas llevadas a buen fin por la Tabla Redonda al completo. Si iba a ser necesario morir para cumplir las órdenes de aquella increíble mujer intergaláctica, mi vida no albergaba motivo de queja alguno.
—¿Sensual marcianita…? —respondió algo confusa—. Oye, no… Verás, ahora que ya hemos establecido contacto puedo decírtelo: he adoptado voz de mujer porque sabíamos que era la única manera de que nos hicieras caso; pero lo cierto es que nuestra especie carece de sexo.
…Y entonces decidí que a la mañana siguiente me apetecía desayunar salado: un bocadillo de jamón, huevos revueltos con queso o algo así estaría bien; y me pregunté si finalmente retransmitirían en abierto el partido de octavos del Real Madrid con el Besiktas.
—Nacho —decía—, me llamo Seire. Me estoy comunicando telepáticamente contigo desde un planeta de lo que vosotros llamáis Andrómeda. Escucha, tienes que hacer algo importante, ¿comprendes? Así que préstame atención, por favor. Esta vez va en serio: puede que el futuro del Universo, tal y como lo conocemos, dependa de ti. No es broma. Por favor, te lo ruego: permanece concentrado en mis palabras o la comunicación se romperá, y te aseguro que no podemos permitírnoslo.
—Escucho tus instrucciones, oh poderosa y sensual marcianita —le contesté susurrando atropelladamente, tal y como entendí de pequeño que había que dirigirse al ángel de la guarda, y con el mismo sentimiento de lealtad del que Lanzarote hubiese podido caer esclavo ante Lady Ginebra, pero siendo consciente de estar asumiendo una empresa infinitamente más grave y heroica que todas las hazañas llevadas a buen fin por la Tabla Redonda al completo. Si iba a ser necesario morir para cumplir las órdenes de aquella increíble mujer intergaláctica, mi vida no albergaba motivo de queja alguno.
—¿Sensual marcianita…? —respondió algo confusa—. Oye, no… Verás, ahora que ya hemos establecido contacto puedo decírtelo: he adoptado voz de mujer porque sabíamos que era la única manera de que nos hicieras caso; pero lo cierto es que nuestra especie carece de sexo.
…Y entonces decidí que a la mañana siguiente me apetecía desayunar salado: un bocadillo de jamón, huevos revueltos con queso o algo así estaría bien; y me pregunté si finalmente retransmitirían en abierto el partido de octavos del Real Madrid con el Besiktas.
martes, 10 de julio de 2012
Berrendos verriondos
Hace poco vi un documental en el que se hablaba del berrendo o antílope americano. Se trata de un una especie de gacela bastante crecida, con cuernos prehistóricos, de ésos con forma rara, y el culo blanco. Siempre me resultó chocante que ese animal casi olvidado por el tiempo y prácticamente desconocido para el común de los mortales fuese el segundo más rápido de entre los terrestres y el líder indiscutible cuando se trata de correr grandes distancias. (Cuando digo que siempre me ha resultado chocante, me refiero a todas las ocasiones en las que he sido informado al respecto; porque, por alguna extraña razón, tiendo a olvidar un conocimiento tan fundamental.)
No me llama la atención que un bicho de estas características corra que se las pele, porque me parece bastante lógico que así sea si pretende conservar el cuello en su sitio, sino que lo haga en Norteamérica, donde el depredador más veloz —de su peso, claro está— no es capaz de echarle el guante a un pollo espabilado. En el documental explicaban que esta peculiaridad fue desarrollada hace unos cientos de miles de años para huir de una especie de guepardo bestial, primitivo —y algo malqueda, como veremos— hoy extinguida.
Es decir, en conclusión: que el pobre antílope americano consumió sus fuerzas evolutivas en prepararse para competir frente a otras especies similares bajo la atenta mirada juzgadora de un felino precioso que acabó dejándole colgado. El berrendo bien pudo haberse esforzado en desarrollar otro tipo de habilidades que quizá hoy le resultaran más útiles, como respirar debajo del agua o pilotar helicópteros. Pero no: dieron lo mejor de sus genes por una bestia que les traicionó desapareciendo sin motivo justificado aparente. ¡¿Cabe imaginar mayor infidelidad?!
No me llama la atención que un bicho de estas características corra que se las pele, porque me parece bastante lógico que así sea si pretende conservar el cuello en su sitio, sino que lo haga en Norteamérica, donde el depredador más veloz —de su peso, claro está— no es capaz de echarle el guante a un pollo espabilado. En el documental explicaban que esta peculiaridad fue desarrollada hace unos cientos de miles de años para huir de una especie de guepardo bestial, primitivo —y algo malqueda, como veremos— hoy extinguida.
Es decir, en conclusión: que el pobre antílope americano consumió sus fuerzas evolutivas en prepararse para competir frente a otras especies similares bajo la atenta mirada juzgadora de un felino precioso que acabó dejándole colgado. El berrendo bien pudo haberse esforzado en desarrollar otro tipo de habilidades que quizá hoy le resultaran más útiles, como respirar debajo del agua o pilotar helicópteros. Pero no: dieron lo mejor de sus genes por una bestia que les traicionó desapareciendo sin motivo justificado aparente. ¡¿Cabe imaginar mayor infidelidad?!
viernes, 6 de julio de 2012
Hemingway en la actualidad (A Christian)
A veces me pregunto de qué habría hablado Hemingway de haber llegado hoy a España. ¿Habría escrito sobre los toreros actuales? Lo dudo mucho. Me temo que desde el momento en que se generalizó el uso de la penicilina y se perfeccionó la técnica quirúrgica, haciendo casi imposible que un diestro muera en el ruedo o a consecuencia de sus locuras en él, la “fiesta” perdió todo el atractivo que pudiera contener para un vitalista desencantado.
¿Hubiese hablado entonces de futbolistas? Tampoco. Puede que Iniesta, Casillas y compañía hayan heredado en la España actual el espacio que la épica patria siempre ha reservado a los que consiguen éxitos fuera del alcance de la masa, pero no se juegan la vida en el campo ni su actividad está revestida de más honor que el que ampara a un niño que se tira por los suelos para empujar canicas.
Quizá los ciclistas habrían podido presentarle cierto atractivo; pero no los triunfadores bajo la eterna sospecha de haberse dopado, sino los gregarios más bajos, los que funden la piel de sus caras a su calavera para poder dar de comer a una familia analfabeta que les espera medio año en un pueblo polvoriento de Cuenca o Álava deseando que, una o dos veces al mes, llegue alguna conferencia al teléfono de la plaza. Y de ésos ya no quedan.
¿De qué hubiese hablado entonces? No tengo ni la menor idea. La gente ya no se refugia hasta las tantas detrás de un café para olvidar que el sueño es necesario para volver a trabajar al día siguiente y regresar a la soledad del café la noche siguiente. La gente que a Ernest le parecía pintoresca se queda en su casa viendo la tele. La España que él conoció sólo sobrevive como tópico atrincherado en unos pocos nichos con forma de cerebro a los que ni siquiera llega la luz del sol. Los problemas e inquietudes que puedan turbar la tranquilidad de un español medio se parecen muchísimo a los de un francés o un lituano, ya no existe una peculiaridad que dote a este país de la personalidad suficiente como para intrigar a un genio.
Mishima dejó escrito que forzó su suicidio porque Japón había perdido su espíritu: el país de la espada y el crisantemo había escondido la espada en algún sitio del que se había olvidado y se dedicaba a exhibir la flor con ridículo amaneramiento, y a él le resultaba insoportable. No creo que ningún amante sincero de España, si es que los hay, llegara en la actualidad a quitarse la vida porque los bodegueros o los productores de jamón se paseen por ahí con corbatas de marca, así que no tengo ni la más remota idea de qué hubiese hecho Hemingway ante este panorama.
Lo cierto es que tampoco importa: Hemingway era un perfecto genio, un eterno aprendiz y un fugitivo de sí mismo y de lo que le rodeaba. Su estilo es fácilmente imitable; pero en un sentido estricto resulta inimitable, porque cualquier intento de emulación acaba resultando grotesco. Pero ni Hemingway ni Henry Miller ni Dos Passos ni Faulkner ni Steinbeck ni Algren ni Capote hubiesen dispuesto hoy en día de la más mínima posibilidad de publicar sus obras sin pagar por ello, y ninguno iba a pasar por semejante humillación. (Bueno, quizá Capote sí, porque era mucho más listo que genial.)
¿Hubiese hablado entonces de futbolistas? Tampoco. Puede que Iniesta, Casillas y compañía hayan heredado en la España actual el espacio que la épica patria siempre ha reservado a los que consiguen éxitos fuera del alcance de la masa, pero no se juegan la vida en el campo ni su actividad está revestida de más honor que el que ampara a un niño que se tira por los suelos para empujar canicas.
Quizá los ciclistas habrían podido presentarle cierto atractivo; pero no los triunfadores bajo la eterna sospecha de haberse dopado, sino los gregarios más bajos, los que funden la piel de sus caras a su calavera para poder dar de comer a una familia analfabeta que les espera medio año en un pueblo polvoriento de Cuenca o Álava deseando que, una o dos veces al mes, llegue alguna conferencia al teléfono de la plaza. Y de ésos ya no quedan.
¿De qué hubiese hablado entonces? No tengo ni la menor idea. La gente ya no se refugia hasta las tantas detrás de un café para olvidar que el sueño es necesario para volver a trabajar al día siguiente y regresar a la soledad del café la noche siguiente. La gente que a Ernest le parecía pintoresca se queda en su casa viendo la tele. La España que él conoció sólo sobrevive como tópico atrincherado en unos pocos nichos con forma de cerebro a los que ni siquiera llega la luz del sol. Los problemas e inquietudes que puedan turbar la tranquilidad de un español medio se parecen muchísimo a los de un francés o un lituano, ya no existe una peculiaridad que dote a este país de la personalidad suficiente como para intrigar a un genio.
Mishima dejó escrito que forzó su suicidio porque Japón había perdido su espíritu: el país de la espada y el crisantemo había escondido la espada en algún sitio del que se había olvidado y se dedicaba a exhibir la flor con ridículo amaneramiento, y a él le resultaba insoportable. No creo que ningún amante sincero de España, si es que los hay, llegara en la actualidad a quitarse la vida porque los bodegueros o los productores de jamón se paseen por ahí con corbatas de marca, así que no tengo ni la más remota idea de qué hubiese hecho Hemingway ante este panorama.
Lo cierto es que tampoco importa: Hemingway era un perfecto genio, un eterno aprendiz y un fugitivo de sí mismo y de lo que le rodeaba. Su estilo es fácilmente imitable; pero en un sentido estricto resulta inimitable, porque cualquier intento de emulación acaba resultando grotesco. Pero ni Hemingway ni Henry Miller ni Dos Passos ni Faulkner ni Steinbeck ni Algren ni Capote hubiesen dispuesto hoy en día de la más mínima posibilidad de publicar sus obras sin pagar por ello, y ninguno iba a pasar por semejante humillación. (Bueno, quizá Capote sí, porque era mucho más listo que genial.)
miércoles, 30 de mayo de 2012
Conversaciones con Rebeca
Hace un par de semanas tuve el privilegio, dentro del honor que ya supone verme embarcado en este proyecto, de entrevistarme en persona por primera vez con la doctora Rebeca Swansbrot. Si las conversaciones que hasta ese momento habíamos mantenido por vía telefónica ya me sumían en un estado dolorosamente reflexivo que hacía casi imposible mi trabajo, ser testigo de cómo unas palabras tan instructivas podían salir con semejante fluidez, cadencia y sencillez de una boca tan humana como la mía me hipnotizó. Cuando Rebeca habla, habla una sibila relajada.
"El arte no tiene absolutamente nada que ver con el esfuerzo", me dijo. "Pensemos en Miguel Ángel, por poner un ejemplo conocido. Todos, o eso me gustaría pensar (ríe), hemos oído hablar del esfuerzo inhumano que le supuso concluir sus frescos de la Capilla Sixtina. La prueba de que su esfuerzo fue inhumano está en el hecho de que le acabó costando vida, es decir: que su esfuerzo destruyó a un ser humano. (Ríe de nuevo mientras enciende uno de sus cigarrillos de marca desconocida hasta ese momento para mí.)A mí me gusta decir en mis clases que se comportó como una abeja, que muere cuando da lo mejor de sí misma: todo el veneno que lleva acumulando durante su existencia. Pero, bueno, puede que incluso le hayamos visto, en alguna película o en algún documental televisivo, encaramado a un precario andamio para pasarse pintando horas y horas seguidas sin prácticamente comer ni beber. Sigue siendo un misterio para mí cómo se las apañaba para excretar. ¿Tiene mérito ese sacrificio tan extraordinario? ¡Desde luego que lo tiene! Pero mucho más mérito hay que concederle al hecho de que esas imágenes surgieran en su cabeza. A Miguel Ángel tenemos que agradecerle hasta la muerte que se tomara tantas molestias por sacarlas de allí, pero de ningún modo debemos admirarlo por eso. El esfuerzo no lleva a nada cuando se carece de genio, se lo aseguro. El esfuerzo por sí solo es incapaz de crear nada y una obra maestra puede ser creada sin apenas esfuerzo. Pienso en nuestra sociedad... En contra de lo que se dice, y precisamente porque se dice, el poder del esfuerzo está terriblemente sobrevalorado. Cuántas veces a lo largo de nuestra vida hemos oído alabar el esfuerzo dedicado por artistas principiantes que acaban obteniendo resultados menos que mediocres..."
...Y, por suerte para mí, siguió hablando durante horas; pero no es cuestión de reventar aquí el volumen que tantísimo esfuerzo me costará componer con los pensamientos que tenga a bien ir regalándome. Ella fuma y bebe su armagnac al sol de una terraza mientras yo sudo la gota gorda tratando de atrapar sus palabras en notas de trabajo. En el fondo, creo que me es lícito pensar que empleó esta primera sesión presencial para ponerme en mi sitio de mero factor.
En fin, quedémonos con su imagen atractiva de mujer que ha vencido al mundo en todas sus manifestaciones mientras contempla mi veneración con descarada condescendencia.
"El arte no tiene absolutamente nada que ver con el esfuerzo", me dijo. "Pensemos en Miguel Ángel, por poner un ejemplo conocido. Todos, o eso me gustaría pensar (ríe), hemos oído hablar del esfuerzo inhumano que le supuso concluir sus frescos de la Capilla Sixtina. La prueba de que su esfuerzo fue inhumano está en el hecho de que le acabó costando vida, es decir: que su esfuerzo destruyó a un ser humano. (Ríe de nuevo mientras enciende uno de sus cigarrillos de marca desconocida hasta ese momento para mí.)A mí me gusta decir en mis clases que se comportó como una abeja, que muere cuando da lo mejor de sí misma: todo el veneno que lleva acumulando durante su existencia. Pero, bueno, puede que incluso le hayamos visto, en alguna película o en algún documental televisivo, encaramado a un precario andamio para pasarse pintando horas y horas seguidas sin prácticamente comer ni beber. Sigue siendo un misterio para mí cómo se las apañaba para excretar. ¿Tiene mérito ese sacrificio tan extraordinario? ¡Desde luego que lo tiene! Pero mucho más mérito hay que concederle al hecho de que esas imágenes surgieran en su cabeza. A Miguel Ángel tenemos que agradecerle hasta la muerte que se tomara tantas molestias por sacarlas de allí, pero de ningún modo debemos admirarlo por eso. El esfuerzo no lleva a nada cuando se carece de genio, se lo aseguro. El esfuerzo por sí solo es incapaz de crear nada y una obra maestra puede ser creada sin apenas esfuerzo. Pienso en nuestra sociedad... En contra de lo que se dice, y precisamente porque se dice, el poder del esfuerzo está terriblemente sobrevalorado. Cuántas veces a lo largo de nuestra vida hemos oído alabar el esfuerzo dedicado por artistas principiantes que acaban obteniendo resultados menos que mediocres..."
...Y, por suerte para mí, siguió hablando durante horas; pero no es cuestión de reventar aquí el volumen que tantísimo esfuerzo me costará componer con los pensamientos que tenga a bien ir regalándome. Ella fuma y bebe su armagnac al sol de una terraza mientras yo sudo la gota gorda tratando de atrapar sus palabras en notas de trabajo. En el fondo, creo que me es lícito pensar que empleó esta primera sesión presencial para ponerme en mi sitio de mero factor.
En fin, quedémonos con su imagen atractiva de mujer que ha vencido al mundo en todas sus manifestaciones mientras contempla mi veneración con descarada condescendencia.
martes, 27 de marzo de 2012
La mascarada eterna
Hoy he comprendido —como tantas otras cosas, demasiado tarde— que no era sólo yo el que trataba de ofrecerle una imagen de mí que encajara con la que me había formado de ella sin más fundamento que ciertos indicios físicos y todo mi abanico de prejuicios, sino que —guiada probablemente por directrices tan poco sólidas como las mías— ella también se esforzaba en presentarme lo más aproximado a la mujer que ella consideraba que yo me había creado en mi interior.
Puede que, entre unas cosas y otras, nuestros encuentros jamás pasaran de ser un ridículo baile de máscaras al que sólo acudían dos personas, quizá incluso ataviadas con un disfraz equivocado para la ocasión. Era inevitable que la fiesta acabara mal: nadie es capaz de abandonarse por completo al placer cuando su ropa le roza o le aprieta. Y lo más terrible es que esta conclusión no traerá absolutamente ningún beneficio: asistiremos a otras mascaradas y sólo la muerte determinará cuál ha sido la última.
Puede que, entre unas cosas y otras, nuestros encuentros jamás pasaran de ser un ridículo baile de máscaras al que sólo acudían dos personas, quizá incluso ataviadas con un disfraz equivocado para la ocasión. Era inevitable que la fiesta acabara mal: nadie es capaz de abandonarse por completo al placer cuando su ropa le roza o le aprieta. Y lo más terrible es que esta conclusión no traerá absolutamente ningún beneficio: asistiremos a otras mascaradas y sólo la muerte determinará cuál ha sido la última.
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