Hace poco vi un documental en el que se hablaba del berrendo o antílope americano. Se trata de un una especie de gacela bastante crecida, con cuernos prehistóricos, de ésos con forma rara, y el culo blanco. Siempre me resultó chocante que ese animal casi olvidado por el tiempo y prácticamente desconocido para el común de los mortales fuese el segundo más rápido de entre los terrestres y el líder indiscutible cuando se trata de correr grandes distancias. (Cuando digo que siempre me ha resultado chocante, me refiero a todas las ocasiones en las que he sido informado al respecto; porque, por alguna extraña razón, tiendo a olvidar un conocimiento tan fundamental.)
No me llama la atención que un bicho de estas características corra que se las pele, porque me parece bastante lógico que así sea si pretende conservar el cuello en su sitio, sino que lo haga en Norteamérica, donde el depredador más veloz —de su peso, claro está— no es capaz de echarle el guante a un pollo espabilado. En el documental explicaban que esta peculiaridad fue desarrollada hace unos cientos de miles de años para huir de una especie de guepardo bestial, primitivo —y algo malqueda, como veremos— hoy extinguida.
Es decir, en conclusión: que el pobre antílope americano consumió sus fuerzas evolutivas en prepararse para competir frente a otras especies similares bajo la atenta mirada juzgadora de un felino precioso que acabó dejándole colgado. El berrendo bien pudo haberse esforzado en desarrollar otro tipo de habilidades que quizá hoy le resultaran más útiles, como respirar debajo del agua o pilotar helicópteros. Pero no: dieron lo mejor de sus genes por una bestia que les traicionó desapareciendo sin motivo justificado aparente. ¡¿Cabe imaginar mayor infidelidad?!
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