viernes, 13 de julio de 2012

Los inconvenientes de la telepatía intergaláctica

En una ocasión, cuando estaba a punto de dormirme, una sensual voz femenina comenzó a sonar dentro de mi cabeza por sorpresa:

—Nacho —decía—, me llamo Seire. Me estoy comunicando telepáticamente contigo desde un planeta de lo que vosotros llamáis Andrómeda. Escucha, tienes que hacer algo importante, ¿comprendes? Así que préstame atención, por favor. Esta vez va en serio: puede que el futuro del Universo, tal y como lo conocemos, dependa de ti. No es broma. Por favor, te lo ruego: permanece concentrado en mis palabras o la comunicación se romperá, y te aseguro que no podemos permitírnoslo.

—Escucho tus instrucciones, oh poderosa y sensual marcianita —le contesté susurrando atropelladamente, tal y como entendí de pequeño que había que dirigirse al ángel de la guarda, y con el mismo sentimiento de lealtad del que Lanzarote hubiese podido caer esclavo ante Lady Ginebra, pero siendo consciente de estar asumiendo una empresa infinitamente más grave y heroica que todas las hazañas llevadas a buen fin por la Tabla Redonda al completo. Si iba a ser necesario morir para cumplir las órdenes de aquella increíble mujer intergaláctica, mi vida no albergaba motivo de queja alguno.

—¿Sensual marcianita…? —respondió algo confusa—. Oye, no… Verás, ahora que ya hemos establecido contacto puedo decírtelo: he adoptado voz de mujer porque sabíamos que era la única manera de que nos hicieras caso; pero lo cierto es que nuestra especie carece de sexo.

…Y entonces decidí que a la mañana siguiente me apetecía desayunar salado: un bocadillo de jamón, huevos revueltos con queso o algo así estaría bien; y me pregunté si finalmente retransmitirían en abierto el partido de octavos del Real Madrid con el Besiktas.

martes, 10 de julio de 2012

Berrendos verriondos

Hace poco vi un documental en el que se hablaba del berrendo o antílope americano. Se trata de un una especie de gacela bastante crecida, con cuernos prehistóricos, de ésos con forma rara, y el culo blanco. Siempre me resultó chocante que ese animal casi olvidado por el tiempo y prácticamente desconocido para el común de los mortales fuese el segundo más rápido de entre los terrestres y el líder indiscutible cuando se trata de correr grandes distancias. (Cuando digo que siempre me ha resultado chocante, me refiero a todas las ocasiones en las que he sido informado al respecto; porque, por alguna extraña razón, tiendo a olvidar un conocimiento tan fundamental.)

No me llama la atención que un bicho de estas características corra que se las pele, porque me parece bastante lógico que así sea si pretende conservar el cuello en su sitio, sino que lo haga en Norteamérica, donde el depredador más veloz —de su peso, claro está— no es capaz de echarle el guante a un pollo espabilado. En el documental explicaban que esta peculiaridad fue desarrollada hace unos cientos de miles de años para huir de una especie de guepardo bestial, primitivo —y algo malqueda, como veremos— hoy extinguida.

Es decir, en conclusión: que el pobre antílope americano consumió sus fuerzas evolutivas en prepararse para competir frente a otras especies similares bajo la atenta mirada juzgadora de un felino precioso que acabó dejándole colgado. El berrendo bien pudo haberse esforzado en desarrollar otro tipo de habilidades que quizá hoy le resultaran más útiles, como respirar debajo del agua o pilotar helicópteros. Pero no: dieron lo mejor de sus genes por una bestia que les traicionó desapareciendo sin motivo justificado aparente. ¡¿Cabe imaginar mayor infidelidad?!

viernes, 6 de julio de 2012

Hemingway en la actualidad (A Christian)

A veces me pregunto de qué habría hablado Hemingway de haber llegado hoy a España. ¿Habría escrito sobre los toreros actuales? Lo dudo mucho. Me temo que desde el momento en que se generalizó el uso de la penicilina y se perfeccionó la técnica quirúrgica, haciendo casi imposible que un diestro muera en el ruedo o a consecuencia de sus locuras en él, la “fiesta” perdió todo el atractivo que pudiera contener para un vitalista desencantado.

¿Hubiese hablado entonces de futbolistas? Tampoco. Puede que Iniesta, Casillas y compañía hayan heredado en la España actual el espacio que la épica patria siempre ha reservado a los que consiguen éxitos fuera del alcance de la masa, pero no se juegan la vida en el campo ni su actividad está revestida de más honor que el que ampara a un niño que se tira por los suelos para empujar canicas.

Quizá los ciclistas habrían podido presentarle cierto atractivo; pero no los triunfadores bajo la eterna sospecha de haberse dopado, sino los gregarios más bajos, los que funden la piel de sus caras a su calavera para poder dar de comer a una familia analfabeta que les espera medio año en un pueblo polvoriento de Cuenca o Álava deseando que, una o dos veces al mes, llegue alguna conferencia al teléfono de la plaza. Y de ésos ya no quedan.

¿De qué hubiese hablado entonces? No tengo ni la menor idea. La gente ya no se refugia hasta las tantas detrás de un café para olvidar que el sueño es necesario para volver a trabajar al día siguiente y regresar a la soledad del café la noche siguiente. La gente que a Ernest le parecía pintoresca se queda en su casa viendo la tele. La España que él conoció sólo sobrevive como tópico atrincherado en unos pocos nichos con forma de cerebro a los que ni siquiera llega la luz del sol. Los problemas e inquietudes que puedan turbar la tranquilidad de un español medio se parecen muchísimo a los de un francés o un lituano, ya no existe una peculiaridad que dote a este país de la personalidad suficiente como para intrigar a un genio.

Mishima dejó escrito que forzó su suicidio porque Japón había perdido su espíritu: el país de la espada y el crisantemo había escondido la espada en algún sitio del que se había olvidado y se dedicaba a exhibir la flor con ridículo amaneramiento, y a él le resultaba insoportable. No creo que ningún amante sincero de España, si es que los hay, llegara en la actualidad a quitarse la vida porque los bodegueros o los productores de jamón se paseen por ahí con corbatas de marca, así que no tengo ni la más remota idea de qué hubiese hecho Hemingway ante este panorama.

Lo cierto es que tampoco importa: Hemingway era un perfecto genio, un eterno aprendiz y un fugitivo de sí mismo y de lo que le rodeaba. Su estilo es fácilmente imitable; pero en un sentido estricto resulta inimitable, porque cualquier intento de emulación acaba resultando grotesco. Pero ni Hemingway ni Henry Miller ni Dos Passos ni Faulkner ni Steinbeck ni Algren ni Capote hubiesen dispuesto hoy en día de la más mínima posibilidad de publicar sus obras sin pagar por ello, y ninguno iba a pasar por semejante humillación. (Bueno, quizá Capote sí, porque era mucho más listo que genial.)