lunes, 17 de enero de 2011

Cientos de miles de montes Everest

No sé si fue Hillary o fue Mallory el que dijo que el único motivo verdadero para tratar de escalar el Everest es que está “ahí”. A mí nunca me ha tentado lo más mínimo meterme entre riscos, pero puedo comprender sus sentimientos si extiendo la aplicación de su doctrina al conjunto universal. Así, el mero hecho de que Japón exista ya debería generarnos la obligación moral de visitarlo. Y quien dice Japón puede decir Chile, Botsuana, Kansas o Sicilia.

Me produce cierta angustia saber que me forzarán a morir sin haber visto nada más que una minúscula parte de este mundo y absolutamente nada de otros. Y no sólo sin haberlo visto, sino sin haberlo hecho mío.

Existe una diferencia enorme, tanto desde el punto de vista cualitativo como desde el cuantitativo, entre conocer algo y poseerlo. Conocer a una persona puede significar haber hablado con ella alguna vez; hacerla nuestra implica haber sentido o experimentado algo tan intenso con ella que habrá de pasar, de forma inevitable, a formar parte de nuestra historia personal. Con los lugares ocurre lo mismo. A veces creo que sería aconsejable romperse algún hueso en cada ciudad nueva que se pisara, o caer enfermo de cualquier otra manera, o enamorarse de alguien inaccesible, o perderse por sus peores calles y sufrir un atraco a punta de navaja… Al fin y al cabo, ese tipo de putadas son las que más nos gusta recordar.

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