jueves, 16 de diciembre de 2010

Guiños etruscos

En Roma está Villa Giulia, y dentro de ella, en una pequeña habitación con una altura de dos plantas, protegido únicamente por una cámara de televisión, el sarcófago de los esposos. Debe de haber pocos lugares en el mundo tan mágicos como esa sala, casi siempre vacía. Ni siquiera el vigilante se deja ver por allí. Se diría que los directores del museo han querido concederle al visitante unos minutos de intimidad con la voz del pasado.

En esas dos inquietantes sonrisas etruscas es posible vislumbrar la esencia del hombre occidental, que bien podría consistir simplemente en una ambigüedad irresoluble. Uno no sabe si se halla en presencia de una pareja de cadáveres o si se encuentra en los preliminares de un juego erótico con un matrimonio achispado. ¿Están celebrando la muerte o están honrando la vida? Sea como sea, puede apreciarse en sus gestos una clara invitación personal a compartir algo; aunque ignoremos si finalmente nos han reservado sus intimidades conyugales o su condición de difuntos. Es imposible adivinar la aceptación de cuál de las dos propuestas les reportaría más satisfacción. En cualquier caso, bastan unos segundos de silencio en su presencia para experimentar hasta el pánico la atracción de un abismo desconocido.

Es obligatorio sentir envidia hacia esos dos mensajeros de las memorias perdidas, aunque no seamos dignos de conocer los motivos de tal sentimiento. Quizá consista en su felicidad calmosa; puede que en su condición de supervivientes a la muerte... Lo cierto es que abandoné la estancia a regañadientes, con la angustiosa duda de haber perdido la oportunidad de unirme a ellos con el sencillo gesto de introducirse en su tumba. No se está tan mal ahí detrás, ¿verdad?

viernes, 10 de diciembre de 2010

jueves, 25 de noviembre de 2010

La eterna fugitiva

Desde que la conozco ha estado huyendo. Cambia constantemente de cara y de cuerpo; pero, aunque no la hubiese visto antes, reconocería su mirada en cualquier rostro. No puede evitar llamarme, ¿comprendes? Una vez que se fija en mí, sus ojos hablan por ella. Se queda como paralizada un par de segundos. Pierde el dominio sobre sus músculos faciales y adopta una expresión ausente que la delata. Después, todo son fingimientos. La he visto mirarme desde ojos de todos los colores posibles, y siempre tratando de ocultar su verdadera identidad. Cada vez que vuelvo a abrazarla y le dejo bien claro que la he reconocido, protesta en un último intento desesperado: “¿Por qué me abrazas como si me conocieras?”.

martes, 23 de noviembre de 2010

Esclavos muertos

Una enfermedad nunca pide permiso para irrumpir en una cotidianeidad, así que ¿por qué iban a tener que anunciarse el resto de las desgracias? Enamorarse de una persona que jamás podrá sentir algo recíproco es una de las peores desgracias que le pueden caer encima a un ser humano, una más del amplio catálogo con el que la vida obsequia de vez en cuando a sus buenos clientes como premio a su fidelidad. Así es la ecuación: a más años, más desgracias, no hay vuelta de hoja.

Pero no hay por qué asustarse. Son ataques de muerte, nada más.

La gente suele tenerle miedo a la muerte, sin percatarse de que llevan comiendo con ella desde que nacieron. Temerla es tan absurdo como temer a la propia sombra. Es como de la familia, una compañera inseparable. Toda situación que limite nuestros deseos ya tiene algo de muerte, de pequeño adelanto del fin definitivo. Por eso nunca me ha parecido mal el suicidio… No es más que una forma muy honrosa de reírse en la cara de la muerte. ¿Qué hará cuando venga a buscarnos y no nos encuentre? Porque, no nos dejemos engañar por las apariencias, la muerte no nos quiere ver muertos: nos desea vivitos y coleando. Un esclavo muerto no sirve para nada.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Brevísimo fragmento de "Nexus", por Henry Miller, 1960

"Si te consideraras a ti mismo sólo como un objeto de compasión y alguien te demostrara afecto auténtico, amor auténtico, ¿habría alguna diferencia para ti en que esa persona fuese hombre o mujer, casada o soltera? Quiero decir: ¿te contentarías, o podrías contentarte, aceptando simplemente ese amor? ¿O lo querrías en exclusiva para ti?"

lunes, 1 de noviembre de 2010

Sobre la tauromaquia

Mi relación con los toros nunca ha sido apasionada, ni en un sentido ni en el otro. He de reconocer que, si tenía la ocasión, me entretenía ver una corrida muy de vez en cuando, ya fuera por televisión o al natural; pero jamás he acudido con las ganas con las que, por ejemplo, podría haber ido a presenciar un partido de la Copa de Europa o una etapa alpina del Tour de Francia. Sin embargo, después de leer “Muerte en la tarde” las cosas cambiaron un poco. Hasta entonces, ni quería que prohibieran las corridas serias —donaría una buena suma con tal de borrar de la realidad las horrendas salvajadas que se perpetran en nuestra barbarie rural— ni hubiese derramado media lágrima si lo hubiesen hecho. Tenía más en contra que a favor, si bien es cierto que los blancos de mis ataques no eran los festejos en sí, sino la corte de majadería e ignorancia altiva de la que se han dejado rodear en el último medio siglo.

Leyendo a Hemingway descubrí que la verdadera causa de la tauromaquia es el desafío a la muerte en su manifestación más simple, y que los trajes de luces y los diferentes pases y lances no son más que la forma que le ha ido dando la erosión que provoca el tiempo en cualquier actividad humana; que uno se puede interesar por los toros sin soportar el flamenco; que es posible sostener ideas liberales o incluso izquierdistas y ser aficionado sin verse obligado a purgar la conciencia cada noche antes de dormir; y, en definitiva, que la intelectualidad como yo la entiendo no está reñida con la atracción por la fiesta. Desde ese momento, y valiéndome de la amplia base de conocimientos que proporciona el libro —más valioso por haber sido escrito desde la objetividad que proporciona la extranjería—, sentí nacer en mí un creciente interés hacia los toros. Para ello, tuve que esforzarme en todo momento en separarlos de la suciedad; de las barbillas brillantes de grasa o manzanilla; del tradicionalismo español de opereta; de los gitanos desdentados que no buscan más que obtener un beneficio económico explotando lo que de exóticos puedan tener para algunos; de los insoportables alaridos desacompasados del flamenco o sus innumerables variaciones y falsificaciones; de los figurantes más descerebrados y reaccionarios; de la miseria; de los que sólo acuden a ver satisfechos sus instintos depredadores, a saciar su sed de sangre, el morbo casi sexual que les provoca presenciar el sufrimiento ajeno —conozco a algunos, mujeres en su gran mayoría, que asistirían a los toros aunque consistieran en tirar al animal dentro de una piscina de pirañas—; del torero que considera su orgullo más valioso que la vida de los que le rodean; de los gritos; de la sangre; del polvo; del mal olor… Y durante unos meses creo que lo conseguí; pero me bastó una conversación de media hora con un joven apoderado para darme cuenta de que los toros que yo busco, los que podría llegar a tolerar un ser civilizado, hace tiempo que no existen, si es que han existido alguna vez.

Hemingway era un bruto en muchos aspectos. Su carácter era brutal y su físico le acompañaba. Pero también era un intelectual. Cabe por lo tanto plantearse la siguiente duda: ¿Relató Hemingway las cosas como eran o como le hubiese gustado que fueran?; y de ésta última: ¿consiguió el Nobel estadounidense encontrar la faceta de los toros que encajaba con su espíritu sensible o simplemente se engañó a sí mismo para no tener que soportar los remordimientos que, en buena lógica, debieron de atacarle cuando se encontró apasionado por un festejo en principio vulgar, salvaje y más propio de otras épocas de barbarie que de la actual? Es difícil saberlo. De lo que no cabe ninguna duda es de que Hemingway, como todos los genios creadores, realizó un importante trabajo para el bien de la Humanidad; pero se olvidó o no quiso entregarnos las conclusiones a las que llegó, dando por descontado que a alguna llegó. En el mismo libro parece indicar que su intención al escribirlo fue facilitar el conocimiento de la fiesta a los profanos para que pudieran juzgar por sí mismo. En este sentido, su labor se asemejaría a la de un juez instructor que formara un sumario, reservando a cada uno de sus lectores las funciones propias de un órgano sentenciador.

Tarde o temprano, el debate acerca de la viabilidad de la tauromaquia en la actualidad será seriamente planteado, y de acuerdo con ello, teniendo en cuenta todas las circunstancias y condicionantes que lo rodean, resultará ineludible tomar una decisión duradera, basada en el profundo análisis de la cuestión alejado de sentimientos apasionados. Cuando ese momento llegué, sería de necios no aprovechar los trabajos sobre el tema de Hemingway, Blasco Ibáñez, Lorca, Goya, Picasso o Manet, del mismo modo que lo sería no emplear las obras de otros genios en la resolución de cualquier problema actual. Sin embargo, no se hará así: se le encargará un estudio a una consultora demoscópica y se adoptará la decisión que le resulte más rentable electoralmente al partido gobernante.