jueves, 25 de noviembre de 2010

La eterna fugitiva

Desde que la conozco ha estado huyendo. Cambia constantemente de cara y de cuerpo; pero, aunque no la hubiese visto antes, reconocería su mirada en cualquier rostro. No puede evitar llamarme, ¿comprendes? Una vez que se fija en mí, sus ojos hablan por ella. Se queda como paralizada un par de segundos. Pierde el dominio sobre sus músculos faciales y adopta una expresión ausente que la delata. Después, todo son fingimientos. La he visto mirarme desde ojos de todos los colores posibles, y siempre tratando de ocultar su verdadera identidad. Cada vez que vuelvo a abrazarla y le dejo bien claro que la he reconocido, protesta en un último intento desesperado: “¿Por qué me abrazas como si me conocieras?”.

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