Una enfermedad nunca pide permiso para irrumpir en una cotidianeidad, así que ¿por qué iban a tener que anunciarse el resto de las desgracias? Enamorarse de una persona que jamás podrá sentir algo recíproco es una de las peores desgracias que le pueden caer encima a un ser humano, una más del amplio catálogo con el que la vida obsequia de vez en cuando a sus buenos clientes como premio a su fidelidad. Así es la ecuación: a más años, más desgracias, no hay vuelta de hoja.
Pero no hay por qué asustarse. Son ataques de muerte, nada más.
La gente suele tenerle miedo a la muerte, sin percatarse de que llevan comiendo con ella desde que nacieron. Temerla es tan absurdo como temer a la propia sombra. Es como de la familia, una compañera inseparable. Toda situación que limite nuestros deseos ya tiene algo de muerte, de pequeño adelanto del fin definitivo. Por eso nunca me ha parecido mal el suicidio… No es más que una forma muy honrosa de reírse en la cara de la muerte. ¿Qué hará cuando venga a buscarnos y no nos encuentre? Porque, no nos dejemos engañar por las apariencias, la muerte no nos quiere ver muertos: nos desea vivitos y coleando. Un esclavo muerto no sirve para nada.
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