sábado, 29 de enero de 2011

Fragmento de "La Venus de las pieles", por Leopold von Sacher-Masoch, 1870

Desayuné en mi pabellón de madreselva y leí el libro de Judith y envidié al feroz pagano Holofernes por su real hembra, que le corta la cabeza, y por su bello y sangriento final.

"El Señor lo ha castigado por medio de una mujer."

La frase me asombra.

Qué poco galantes son estos judíos, pensé, y su Dios bien podría escoger expresiones más decentes cuando habla del bello sexo.

El Señor lo ha castigado por medio de una mujer, repetí para mí. Bueno, ¿qué puedo hacer yo para que me castigue?

domingo, 23 de enero de 2011

La prostitución imprime carácter

O eso parece deducirse del pie de foto que sirve de pedestal a la fotografía que aparece en la parte superior de la página cuarta del diario “El País” de 22 de enero de 2011. En ella puede verse a una joven vestida de rosa, aparentemente hablando por teléfono —o mandando al cuerno a alguien—, sobre la leyenda “La prostituta Nadia Macrí, testigo del caso Ruby, en noviembre de 2010”.

Por lo que yo sé, en toda la Europa continental, las profesiones que requieren de estudios universitarios, como la de médico, abogado, arquitecto, farmacéutico o ingeniero, exigen a sus profesionales la adscripción a un colegio profesional para ostentar públicamente tales funciones. Y los oficios manuales, como los de electricista, fontanero, carpintero o albañil, de determinados títulos oficiales o de una experiencia cierta suficientemente acreditativa de poseer los conocimientos necesarios como para ejercer las artes propias.

Sin embargo, que yo sepa, en ningún Estado miembro de la Unión Europea existe un Colegio Oficial de Prostitutas, ni tampoco unos estudios de formación profesional cuyo curso permita a los aprobados denominarse prostitutas. Por todo ello, llego a la evidente conclusión de que la única manera de determinar si una persona es oficialmente prostituta reside en su propia declaración de voluntad, y no me consta que la señorita Nadia Macrí, protagonista de la citada fotografía, haya realizado ninguna manifestación pública al respecto.

Mi absurda indignación al encontrarme con tal pie de foto no hubiese llegado a la estratosfera de no haberlo visto publicado en un diario que, movido por una extraña concepción mercantilista del progresismo, ha defendido hasta la saciedad la prohibición de los anuncios de contactos en la prensa o la erradicación de la prostitución callejera, a la vez que no ha sido capaz de denunciar abiertamente todas las formas de proxenetismo y esclavitud sexual que siguen campando a sus anchas en la actual alegalidad española.

Supone un gran sacrificio por mi parte tener que criticar tan duramente a un medio que, no hace tantos años, ha sido modelo internacional de prensa gráfica y motivo de orgullo para todos los periodistas vocacionales de este país; pero creo que ya es hora de poner por escrito lo que muchos lectores llevamos pensando desde hace bastante: “El País” que conocíamos ha muerto hace tiempo.

lunes, 17 de enero de 2011

Cientos de miles de montes Everest

No sé si fue Hillary o fue Mallory el que dijo que el único motivo verdadero para tratar de escalar el Everest es que está “ahí”. A mí nunca me ha tentado lo más mínimo meterme entre riscos, pero puedo comprender sus sentimientos si extiendo la aplicación de su doctrina al conjunto universal. Así, el mero hecho de que Japón exista ya debería generarnos la obligación moral de visitarlo. Y quien dice Japón puede decir Chile, Botsuana, Kansas o Sicilia.

Me produce cierta angustia saber que me forzarán a morir sin haber visto nada más que una minúscula parte de este mundo y absolutamente nada de otros. Y no sólo sin haberlo visto, sino sin haberlo hecho mío.

Existe una diferencia enorme, tanto desde el punto de vista cualitativo como desde el cuantitativo, entre conocer algo y poseerlo. Conocer a una persona puede significar haber hablado con ella alguna vez; hacerla nuestra implica haber sentido o experimentado algo tan intenso con ella que habrá de pasar, de forma inevitable, a formar parte de nuestra historia personal. Con los lugares ocurre lo mismo. A veces creo que sería aconsejable romperse algún hueso en cada ciudad nueva que se pisara, o caer enfermo de cualquier otra manera, o enamorarse de alguien inaccesible, o perderse por sus peores calles y sufrir un atraco a punta de navaja… Al fin y al cabo, ese tipo de putadas son las que más nos gusta recordar.