martes, 27 de marzo de 2012

La mascarada eterna

Hoy he comprendido —como tantas otras cosas, demasiado tarde— que no era sólo yo el que trataba de ofrecerle una imagen de mí que encajara con la que me había formado de ella sin más fundamento que ciertos indicios físicos y todo mi abanico de prejuicios, sino que —guiada probablemente por directrices tan poco sólidas como las mías— ella también se esforzaba en presentarme lo más aproximado a la mujer que ella consideraba que yo me había creado en mi interior.

Puede que, entre unas cosas y otras, nuestros encuentros jamás pasaran de ser un ridículo baile de máscaras al que sólo acudían dos personas, quizá incluso ataviadas con un disfraz equivocado para la ocasión. Era inevitable que la fiesta acabara mal: nadie es capaz de abandonarse por completo al placer cuando su ropa le roza o le aprieta. Y lo más terrible es que esta conclusión no traerá absolutamente ningún beneficio: asistiremos a otras mascaradas y sólo la muerte determinará cuál ha sido la última.

1 comentario:

  1. LOS DISFRACES

    Cuando te conocí llevabas el disfraz de "hoy es el primer día de clase", nada menos que la
    universidad. Nos conocíamos de vista, éramos del mismo barrio. Aunque al principio sólo nos
    poníamos el disfraz de "hola" o el de "adiós", me caíste muy bien, muy bien y la cosa fue a
    mejor cuando te enfundaste el de "amigo". Porque eras capaz de ponerte otros encima pero el
    de amigo surgía intacto cuando alguien te necesitaba.

    Estudiábamos derecho pero ese disfraz era el que menos te gustaba, te apretaba en las axilas.
    Soñabas con ponerte el de "escritor". En tu armario tenías el de "juerga", "confidencias", el
    más raro, el que más me gustaba a mi era el de "soñar". Pero te recuerdo especialmente con
    el de "duda" preguntándote si tal vez deberías arriesgarte, intentarlo. Aquel día me llamaste
    con el de "desquiciado", gritabas que me acercara a tu casa rápido o harías una locura. Corrí,
    juro que corrí todo lo que mis alquitranados pulmones me lo permitieron. Pero cuando llegué
    tenías puesto el de "muerte" que, sinceramente, es el que peor te quedaba.

    Raquel Martín Peña

    ¡Cuéntame un cuento que no te sepas! VI

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