Muchas mujeres están locas, y cuando pasan de la treintena el porcentaje aumenta.
He conocido a varias que respondían al mismo patrón, pero recuerdo a una en especial. Su caso era una verdadera lástima, porque inteligente sí que era y además contaba con dos tetas muy apetecibles. Sin embargo, aquellos bultos eran frutos prohibidos. Intuí que el precio a pagar por atrapar esos pezones con los labios iba a ser eterno y abusivo hasta límites intolerables. De un cruce con ella, lo mismo podía conseguir ser objeto de una persecución hasta la muerte que el hecho de tener que cargar con su suicidio sobre las espaldas. Era una de esas chicas a las que perfectamente te puedes imaginar desangrándose por las muñecas en una bañera, o sudando con el estómago lleno de lexatín y ron o cualquier otra cochinada. Es curioso que siempre sean otras las que se acaban decidiendo…
Normalmente se suicidan y triunfan en el intento las que menos nos esperamos. Imagino que acaba resultando mejor para la salud convivir con la desgracia o la depresión que verse sorprendido de repente por un golpe trágico. A todo acaba acostumbrándose el ser humano, también a la pena. La vida es una paradoja constante, incluso cuando se trata de traspasarle los poderes a la muerte.
Sabía que le gustaba a esa chica lo suficiente como para que un golpe de mi pene desequilibrase la delicada estructura de su personalidad; y, por algún extraño motivo —cuyo principio activo convendría aislar en busca de la droga de la sabiduría—, fui capaz de no lanzarme a saquear ese escote.
Luego uno se arrepiente… Se arrepiente tanto de los polvos que echa como de los que no echa, y en este caso no sé qué es peor. Me temo que en disciplinas como las relaciones sexuales, los tópicos generales no valen de mucho.
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