Hay veces en que da exactamente igual para qué lado se reme, la barca avanza por donde le sale de la quilla. Cuando tocan mal dadas, tocan mal dadas y así estarán tocando hasta que se cansen de hacerlo. Conviene arriar todas las velas y encerrarse en la bodega a esperar que pase la furia mientras se bebe vino y se juega a las cartas. No es muy recomendable luchar contra una tormenta.
Las vidas también tienen sus tormentas. Unas veces llegan de forma aislada, y otras les da por configurar una verdadera estación de lluvias. A mí también me ha tocado a veces ser azotado por el monzón, pero la verdad es que acaba dando igual. Ya me he hartado de discutir con mi vida: que haga lo que quiera. Lo único que siento es que al final siempre me acaba arrastrando a mí.
Tampoco es culpa suya... Las desgracias salen del aire. Hace un momento no estaban aquí, y de repente te están mirando con su cara cínica. Dan ganas de reventársela... Malditas desgracias, he aprendido a verlas venir. Empiezan con una especie de remolino rosa que gira en medio del aire sin apenas hacer ruido. Mucha gente jamás se ha fijado en ello, lo sé; pero las cosas son así. Y cuando aparece el remolino, lo primero que te inspira es una especie de curiosidad divertida: ¡a ver qué nuevo regalito me hace la vida! No sé cómo llamarlo... Ironía franciscana o algo así.
Lo peor es que cuando te quieres dar cuenta, el pulpo ya te ha cogido del cuello y la cosa pierde la poca gracia que pudiera tener. Los segundos cambian de color: antes del remolino eran morados y nos gustaban mucho, eran de un tono amoratado realmente bonito; después son amarillos y llevan el estampado de una avispa preñada. Y ya no hay quien descanse.
No luchéis contra la desgracia: es una guerra perdida que os hará más desgraciados aún. Tratad de mirar hacia otro lado con segundos de algún color agradable (para estos casos recomiendo verde lima o azul índigo) y esperad a que se canse de llover. A la lluvia, como a cualquiera, no le motiva actuar sin público.